martes, 31 de enero de 2017

Asaltantes educativos

Los muros son lo que son, obras de albañilería verticales que cierran o delimitan un espacio determinado. Los hay de todo tipo, condición y materiales, por supuesto. No obstante, su función elemental, sea cual sea su grado de elaboración, es la misma: impedir el acceso o la salida libre de un recinto o espacio en concreto. Metafóricamente, el concepto de muro ya es otra historia. Los maratonianos se refieren al muro como aquel momento, aproximadamente hacia el kilómetro treinta, en el cual los corredores populares piensan que quizá no ha sido una buena idea tratar de recorrer los 42 kilómetros y pico de marras. No existe, en este caso, una barrera real, física, sino que todo está en la mente (y en el organismo, por supuesto), del pobre runner de turno, el cual deberá hacer un esfuerzo por tratar de superar ese angustioso momento.

Ante el muro (metafórico, of course), básicamente, puedes hacer dos cosas: tratar de franquearlo o renunciar a ello. Ambas opciones, con sus matices, significan opciones y actitudes opuestas ante la vida. La primera implica apreciar los obstáculos como retos con los cuales crear y crecer; la segunda, me temo que se trata de una alternativa un pelín menos optimista.

Hay muchas maneras de renunciar a cruzar un muro. Uno puede sentarse contra él y esperar a que, milagro mediante, el muro se derrumbe permitiéndonos el paso. Otra opción es negarse de buenas a primeras a cruzarlo: "nunca nadie lo hizo", "es imposible", "si está ahí, por algo será" son algunas de las frases con las cuales podemos tranquilizar nuestra conciencia ante tal renuncia. Incluso puede ser que utilicemos estas frases como proclamas para convencer a nuestro entorno de la imposibilidad de cruzar el muro. "No lo intentéis, es imposible". Por otro lado, hay gente que tiene un don innato para detectar muros infranqueables en cualquier sitio y momento. Podrían estar en medio de la inmensa estepa americana y seguirían viendo muros y obstáculos insalvables.

Del mismo modo, hay muchas maneras de salvar un muro. Así, por ejemplo, se puede cruzar por la puerta (es raro que no haya ninguna), o se puede abordar de manera salvaje e inconsciente. También puede intentar escalarse o excavar un túnel por debajo, al modo del cine carcelario más clásico. Puede abordarse de manera individual o cooperando con otros, incluso se puede derribar a lo buldócer, esto es, a saco. No obstante, sea cual sea la estrategia seleccionada, intentar salvar el muro lo convierte automáticamente en un reto, en un objetivo. Así pues, podemos equivocarnos en la elección del modo, pero querer pasar al otro lado ya implica la voluntad de movernos, de buscar alternativas para cambiar de escenario.

Supongo que hay quien nace predispuesto a saltar un muro tras otro y quien prefiere mantenerse a este lado de la tapia. Hay gente para todo, claro. Eso sí, no podemos permitir que los muros nos paralicen y nos inmovilicen para siempre en nuestro espacio particular, más todavía en un contexto tan lleno de obstáculos como es el ámbito educativo. Así pues, es genial estar rodeado de gente dispuesta a escalar y saltar muros, por muy altos que estos sean. De vez en cuando nos pegamos algún que otro porrazo, pero el aprendizaje es tal, que volvemos a la carga con el siguiente. Quizá llega el momento de actualizar el currículum para proclamarnos auténticos asaltantes educativos profesionales. Y tú, ¿(a)saltas o no?


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