Desde 1966, la UNESCO celebra el 8 de septiembre el Día Internacional de la Alfabetización. Y más de 50 años después, la alfabetización sigue siendo aún una cuestión importante. Sí, posiblemente a la clase política mundial no le interese el tema, pero las cifras no engañan. Según fuentes de la UNESCO*, en 2015 había en el mundo 745 millones de adultos analfabetos. Esta cifra es más alta incluso que en 1950, ya que se calcularon 700 millones. El dato es aún más inquietante si se tiene en cuenta que desde 1950 hasta ahora se han llevado a cabo campañas educativas, los gobiernos han desarrollado planes de alfabetización, y se han facilitado el acceso a materiales impresos y a las tecnologías de la información. Esto significa que en 75 años las cifras de alfabetización se han mantenido más o menos constantes.
En España, y según datos del Instituto Nacional de Estadística publicados en 2016**, hay 669.400 personas analfabetas funcionales de más de 16 años. Eso en porcentaje es un 1,7%, de los cuales –y esto es lo más grave– sólo 12.800 realizan alguna formación. Puede que casi 700.000 personas no signifiquen nada, pero es una cifra que debería llegar a cero. Nadie debe quedar excluido por no estar alfabetizado, ya que hablamos de personas vulnerables frente al mundo al no poder comprender, analizar y reflexionar críticamente el entorno que las rodea. Así que, por ellas y por los casi 750 millones de adultos, es imperativo acabar con el analfabetismo.
Además, la globalización, las migraciones y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación están generando mayores desigualdades, sociedades cada vez más multiculturales y unas oportunidades sin precedentes para acceder de manera rápida y ubicua a la información. Por ello, los requerimientos a los que debe hacer frente la ciudadanía son cada vez más diversos y desbordan los límites de la alfabetización tal y como se entendía hace sólo unas décadas. En definitiva, hoy nos encontramos ante un concepto de alfabetización más dinámico y plural. En consecuencia, no cabe entender la alfabetización únicamente como el proceso de aprendizaje de la lectura y la escritura sino que existen diferentes tipos de alfabetización.
Uno de ellos es la llamada alfabetización funcional. Tiene como objetivo, una vez conseguido un nivel mínimo de alfabetización, que los alumnos aprendan conocimientos para acceder a puestos de trabajo o facilitar el salto a otros estudios superiores. Esta tipología se torna más compleja cuando llega Paulo Freire y su idea de la alfabetización como primer paso a la libertad, al empoderamiento del alumno. En esencia, la concepción de la alfabetización de Freire aporta conciencia al hecho del aprendizaje y cuestiona su finalidad domesticadora. Sus ideas son aún vigentes, más cuando han continuado apareciendo otros tipos de alfabetización para adaptarse al signo de los tiempos. Aún así, si los motivos de la alfabetización son aprender a leer y escribir, perfeccionar conocimientos, obtener un trabajo o tener espíritu crítico, debemos dar respuesta a todos ellos.
Y es que no hay otra salida. La alfabetización es la llave que puede posibilitar el aprendizaje a lo largo de la vida. En este sentido, la alfabetización no supone un punto y final sino más bien un punto y seguido hacia la formación básica. De ello sabemos mucho en los centros de formación de personas adultas. Son, sin duda, espacios clave donde librar la batalla, instituciones que además de contar con profesionales formados, capacitados y con amplia experiencia en las tareas de alfabetización, también ofrecen un amplio programa de propuestas formativas que van mucho más allá de la lectoescritura y que pueden tener un impacto considerablemente positivo en el desarrollo tanto profesional como personal de las personas. Arte, historia, ciencias, cultura y gastronomía locales o cursos de introducción a las nuevas tecnologías son sólo algunas de las formaciones que pueden contribuir a enriquecer el bagaje cultural de los estudiantes, ofreciendo, además, espacios para la interacción social y en muchas ocasiones intercultural.
Por tanto, la tarea central de un centro de educación de personas adultas consiste en dotar a sus participantes de las herramientas necesarias para leer y escribir su propia historia (construyendo sus propios proyectos de vida), la sociedad (ejerciendo sus derechos y obligaciones como ciudadanos/as) y el mundo (descubriéndolo e interpretándolo). Aunque si bien es cierto que en algunas comunidades las formaciones en alfabetización se están viendo relegadas a un segundo plano por parte de la administración, no lo es menos que muchos centros que sí que cuentan con cursos de alfabetización viven con desesperación el declive en el número de inscritos. Y todo ello, sabiendo a ciencia cierta que existe una clara necesidad social en su entorno inmediato. ¿Qué hacer?, ¿cómo llegar a este alumnado que no se acerca a los centros?
Un elemento a tener en cuenta es el perfil de los alumnos sin alfabetizar. En el estado español ha cambiado mucho en las últimas décadas. Junto a mujeres mayores –participantes habituales de los programas de alfabetización–, las recientes migraciones esconden, en algunos casos, un buen número de jóvenes sin alfabetizar. Los centros de educación de personas adultas –con la colaboración de las entidades sociales y otras administraciones– deberían estar atentas a estas nuevas realidades y ofrecer respuestas integrales (que incluyan itinerarios formativos completos), atractivas (contextualizadas y útiles) y flexibles (permitiendo la conciliación laboral y familiar).
Pero, ¿y los centros?, ¿qué podemos hacer desde los centros para afrontar este enorme reto? En primer lugar, y no es poca cosa, estar atentos a las necesidades del entorno. ¿Qué formaciones necesita nuestra comunidad? Encuestas de intereses y necesidades formativas, diálogo con las asociaciones locales y con los departamentos municipales que corresponda o con otros centros educativos de la zona pueden ser algunas de las vías para conocer cuáles son las necesidades de nuestro entorno inmediato. A partir de aquí, y en la medida de lo posible, se trata de ofrecer (consensuar, incluso) propuestas adaptadas a estas necesidades. En este sentido, algunos centros tendrán margen de actuación, otros no. En el primer caso, se trata de adaptar las formaciones a las necesidades de los colectivos implicados, tratando de que sean efectivas y, por supuesto, estableciendo un compromiso inexcusable de exigencia de resultados. En caso contrario, se trata de establecer un diálogo con la administración educativa competente para definir de manera coordinada los programas formativos necesarios para el desarrollo local.
Entendiendo la administración que el objetivo debe ser el “analfabetismo cero”, existen, sin lugar a dudas, líneas de trabajo que pueden llevarnos a erradicar este peso que cargamos como sociedad. Y para ello, parece evidente que son las administraciones educativas las que deben dar un paso adelante para situar el “analfabetismo cero” como uno de los objetivos clave del sistema educativo. Para ello, cabe dotar de recursos humanos, económicos y organizativos a los centros para que puedan desarrollar programas de alfabetización eficaces, flexibles y adaptados a las necesidades del entorno. Por otro lado, debe promoverse la formación del profesorado y la investigación en nuevas metodologías que aporten nuevos modelos formativos que contribuyan a reducir las tasas de analfabetismo. Otra línea de actuación importante por parte de las administraciones, en nuestra opinión, implicaría eliminar programas de alfabetización duplicados y evitar “lanzar” esta formación desde distintos departamentos y/o esferas administrativas. El trabajo transversal es necesario, sin duda, pero consideramos que el hecho de promover y duplicar múltiples ofertas desde distintas áreas contribuye a generar incomprensión y a desorientar al alumnado. Por último, la administración educativa debe velar por prestigiar, visibilizar, potenciar y comunicar esta oferta formativa. En este sentido, no estaría de más una campaña de comunicación autonómica y/o estatal junto con el desarrollo de políticas de sensibilización sobre la cuestión, además del diálogo permanente con los centros de formación de personas adultas.
En conclusión, la alfabetización sigue siendo a día de hoy una asignatura pendiente. Y el 8 de septiembre debemos reivindicar a administraciones, agentes, educadores y profesores que la cifra de analfabetismo sea cero. Pero, además, debe ser el día para reivindicar el valor de la palabra escrita, de la palabra oral, de la palabra digital. El 8 de septiembre es el día de reivindicar una actitud crítica ante el mundo que nos rodea y que se va (re)descubriendo con cada aprendizaje. Es el día de reivindicar que aprender es construir algo más que un futuro. Vamos entonces a superar el reto que tenemos pendiente con esos millones de personas. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos para poner el contador a cero y que empiecen su camino hacia el empoderamiento real.
*Fuentes: UNESCO. Base de datos del UIS (UNESCO Institute for Statistics).
**Fuentes: INE Encuesta de Población Activa, Sexo, Nacional, Analfabetos, 2016 del INE (Instituto Nacional de Estadística).
PD: Post escrito con los compañeros Max Alcañiz y Josep Miquel Arroyo. Encontrarás este artículo y muchos otros de interés en sus blogs Vislumbramos y Didactik.
Un tema complejo y, en mi opinión, polémico. Más allá de los "recursos administrativos" (de los que prefiero no hablar por pura falta de conocimiento) creo que el problema general es que el conocimiento no está valorado como se debería. Por un lado, con la sociedad de hoy en día (palabras que se repiten año tras año, siglo tras siglo) el tiempo "libre" para el aprendizaje es limitado. En los últimos años he dado vueltas al tema, fijándome en la actitud general y haciendo preguntas a la gente de mi entorno. La respuesta acaba siendo (casi siempre) la falta de tiempo, pero es una vil mentira. Lo cierto es que acostumbramos a retener aquello que nos interesa o creemos en ese momento que nos conviene, desechando ideas o conocimientos que, consideramos, nos sobran. Tiempo después nos sorprendemos a nosotros mismos estudiando esos temas que tuvimos la oportunidad de aprender en su momento.
ResponderEliminarUn ejemplo de ello es la educación obligatoria y el hecho de que en las escuelas de adultos acostumbre a haber más alumnado joven que adulto. Yo, desde que pequeño (más concretamente, desde que descubrí mi pasión por la literatura) siempre he dicho que la lectura está muy desprestigiada. Pero no es la lectura: es el conocimiento, la cultura. No nos preocupamos por aprender a no ser que estemos con el agua al cuello. ¡Y eso que las nuevas tecnologías dan infinitas posibilidades para aprender!
Sin duda, temas interesantes los que planteas en tu respuesta, Jonathan. Parece que las humanidades, en general, viven serios problemas en los planes de estudios a lo largo de los últimos años. Esa posición secundaria no facilita demasiado su aprovechamiento como herramienta para difusión de la cultura y de las artes, al menos en el plano educativo. Mucho camino por recorrer y muchas cosas por cambiar, claro.
EliminarUn abrazo y, como siempre, muchas gracias por pasarte por aquí.