sábado, 25 de abril de 2015

Los hombres de Porlock, el opio y la educación

El otro día leí en Les incerteses, genial ensayo de Jaume Cabré, una historia preciosa pero muy triste a la vez. Se trata de la historia de una obra maestra de la literatura que nunca llegó a escribirse. Un relato abortado por una trivialidad, por un acto tan banal como la entrega de la correspondencia diaria. Y es que no sabemos el impacto que puede tener el acto más cotidiano de nuestro día a día.

Su protagonista es el pensador, filósofo y poeta inglés Samuel Taylor Coleridge y el marco el pequeño pueblo de Porlock, ubicado al suroeste de Inglaterra. Cuenta Coleridge que una noche de otoño de 1797, después de un notable atracón de opio, se quedó dormido leyendo la biografia del Gran Khan del imperio mongol. Tuvo tal impacto el texto en el subconsciente del poeta  que, profundamente dormido, soñó que escribía un precioso poema dedicado a narrar los bellos y espectaculares paisajes orientales. Ese poema iba a ser, sin lugar a dudas, su gran obra maestra; la obra que le daría el reconocimiento como poeta que, más tarde, conseguiría como pensador y como filósofo.

Así pues, recién despierto y con el recuerdo del poema bien nítido en su cabeza, Coleridge se dispuso a plasmar sobre el papel verso a verso el texto que había soñado. El trabajo fluía sin problemas hasta que sonó la llamada del cartero a la puerta. Despachado el asunto, cuestión de minutos, el autor intentó ponerse de nuevo manos a la obra para finalizar el poema. Imposible. El texto se había desvanecido de su cabeza completamente. El cartero dejó la correspondencia pero se llevó algo mucho más valioso: la concentración con la que Coleridge se estaba ganando un lugar entre los grandes poetas de todos los tiempos. El resultado fue Kubla Khan, a vision in a dream, poema inacabado que acabaría por convertirse en una de las grandes frustraciones literarias del autor pero que, por contra, ha contado con la admiración de grandes figuras de la literatura universal.

Claro que cabe la posibilidad, estoy de acuerdo con Cabré, que todo sea una débil excusa por parte de Coleridge para justificar su incapacidad para crear una obra maestra. No obstante, se trata de una historia que muestra muy a las claras del impacto de lo que Cabré llama los "hombres de Porlock": gentes (yo añado situaciones, contextos, realidades...) que torpedean nuestro día a día y que impiden que saquemos lo mejor de nosotros mismos. Situaciones u obligaciones muchas veces sin demasiado sentido que condicionan enormemente nuestro trabajo y sus resultados.

Y es que me da la sensación que los profesores tenemos nuestros particulares "hombres de Porlock". Recursos menguantes, ratios elevadas, claustros complicados, equipos directivos ausentes (o excesivamente presentes), problemáticas varias en las aulas, familias complejas o burocracias salvajes (véase Hiperdocumentados) son solo algunos ejemplos de cómo los hombres de Porlock se interponen entre nosotros y nuestro objetivo fundamental: el aprendizaje y la educación de nuestro alumnado. Todo ello sin mencionar nuestras propias incapacidades, claro. Pero también creo que los centros y el sistema educativo, así en general, tienen sus propios hombres de Porlock. En relación al sistema, sería fácil incluso ponerle nombres y apellidos. Bastaría con revisar los autores de las múltiples ocurrencias y leyes educativas de los últimos años.

Se trata, en mi opinión, de no ceder ante el empeño de los hombres de Porlock. La lucha en el fango de lo cotidiano no debería alejarnos de nuestros grandes objetivos educativos. Es cierto que no podemos controlarlo todo, por supuesto. Pero sí que podemos estar preparados para limitar el impacto de lo urgente y centrarnos en lo verdaderamente importante. Eso y tener cuidado con los opiáceos, claro.

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martes, 21 de abril de 2015

Equidad, ascensores y otras historias

El pasado mes de febrero la Fundación Jaume Bofill publicaba el informe Equidad y resultados educativos en Cataluña dirigido por Xavier Bonal. Mediante un análisis de los resultados PISA de 2012, el documento cuestiona dos premisas fuertemente consolidadas en el debate público respecto el sistema educativo catalán. La primera, que los resultados generales de Cataluña son mediocres respecto otros países y regiones de su entorno. Y, la segunda, que Cataluña ofrece niveles de equidad relativamente elevados. Y es que, según sus autores, lo que verdaderamente distingue al sistema educativo catalán no son tanto sus resultados como las desigualdades sociales existentes en los centros catalanes, tanto a nivel de género, de clase social como de procedencia.


El informe apunta, además, otras conclusiones importantes. En primer lugar, que aquellos países que han mejorado sus puntuaciones entre los años 2003 y 2012 (casos de Alemania, Suiza o Italia) han conseguido reducir las desigualdades de rendimiento en base a los niveles socioeducativos de su alumnado. Es decir, que el incremento de la equidad en su funcionamiento, organización y composición ha permitido una mejora de resultados. No sería el caso de Cataluña, donde el riesgo de fracaso escolar es seis veces superior en el caso del alumnado de niveles socioeconómicos bajos. También resulta especialmente significativa la diferencia de resultados entre el alumnado autóctono y el de origen inmigrado, así como entre chicos y chicas. En definitiva, que tenemos mucho trabajo por delante en términos de equidad y de justicia social.



Más allá de informes, datos y de diferentes porcentajes y resultados de uno u otro territorio, mi sensación personal es que se está abriendo una brecha importante en el sistema educativo. O quizá que se está agrandando la ya existente y resquebrajándose en nuevas fracturas. Y es que, en mi opinión, no es de recibo que centros de la red pública presenten diferencias tan abismales entre ellos en cuanto a recursos, composición de su alumnado, instalaciones, etc. Claro que la realidad del sistema educativo público es diversa y variada, por supuesto. No obstante, a mi entender, debería ser el propio sistema el que proporcionase elementos para equilibrar situaciones de desigualdad derivadas de una determinada estructura socioeconómica del territorio. Y eso no se arregla únicamente con unos cuantos profesores más en nómina.

Una de las funciones tradicionalmente asignadas a la educación es la de ascensor social para los miembros de las clases más desfavorecidas. No obstante, quizá se trate de una metáfora apta para otros tiempos. Si bien las tasas de paro se mantienen más bajas en niveles de formación y educación superiores, parece claro que hoy en día no son garantía suficiente para acceder a modelos de ocupación dignos. Y ello, en gran parte, no es responsabilidad tanto de un sistema educativo que trabaja a marchas forzadas como de un mercado laboral raquítico y menguante en cuanto a derechos, salarios y condiciones laborales de sus trabajadores.

Así pues, debemos trabajar en reducir las desigualdades sociales presentes en el tejido educativo. No obstante, creo que se trata de un esfuerzo que deberían impulsar las administraciones educativas de turno con políticas y recursos a tal efecto. Solo después desde los centros educativos podremos plantearnos actuaciones eficaces de gran calado en favor de la justicia social y la equidad. Y la sensación es que, hoy en día, el funcionamiento está siendo totalmente el contrario: mientras que los centros proponen alternativas, las instituciones se ponen de perfil. Además, el problema seguramente no sea solo educativo, sino de modelo social. En fin, que el ascensor se despeña... El tema es: ¿nos salvamos juntos o sálvese quien pueda?

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lunes, 20 de abril de 2015

DEP

Como sabrás, hoy un alumno ha asesinado a Abel Martínez Oliva, profesor y compañero de ciencias sociales en el Instituto Joan Fuster de Barcelona. Quizá otro día hablemos por aquí del lamentable papel de los medios de comunicación minutos después de la tragedia. Hoy no. Mis condolencias y profundo respeto a familiares, allegados y comunidad educativa. Un abrazo bien fuerte a todos.

lunes, 13 de abril de 2015

Parecidos razonables

Tenía por ahí en borradores una entrada pendiente titulada Parecidos razonables. En ella pretendía explicar las muchas similitudes que veo entre alumnos y profesores, aunque unos y otros nos empeñemos en ponernos en distintos lados de la trinchera. Me da la sensación que compartimos muchos comportamientos y actitudes que, para más inri, acostumbramos a afearles a diario (los profesores a los alumnos, se entiende).

Y es que en las salas de profesores también se aprecia un uso del móvil cuando menos discutible, también hay profesores que no somos un ejemplo de puntualidad, la actitud hacia el trabajo cooperativo no siempre es la mejor y no digamos ya el interés que mostramos hacia el resto de materias y ámbitos de conocimiento, el cual es, en muchas ocasiones, prácticamente inexistente. Ahora, eso sí, queremos que nuestro alumnado no whatsapee en clase, sea puntual y respetuoso con la normativa de centro, sepa trabajar en grupo y, por supuesto, muestre interés por todas las materias que cursa. Muy congruente todo...

Decía que tenía un borrador con cuatro ideas al respecto cuando leí la entrada Alumnos Vs Profesde Javier Fernández Panadero. En ella se detallan con mucha perspicacia e ironía un carrusel de similitudes entre profesorado y estudiantes. Como diría Bernd Schuster: "No hace falta decir nada más". Bueno sí, que no te vayas sin leer el post de Javier y que la próxima vez que rajemos de nuestro alumnado en el centro levantemos la cabeza para echar un vistazo a nuestro alrededor. Lo mismo descubrimos algún que otro parecido razonable.

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martes, 7 de abril de 2015

Sobre alumnos, ninjas y bombas de humo

Ya lo hemos dicho por aquí en más de una ocasión: uno de los principales enemigos de los centros de adultos, quizás el mayor, es el elevado absentismo de nuestro alumnado. Y es que, como yo digo, no tenemos estudiantes profesionales sino profesionales que estudian. Es decir, una gran parte de nuestro alumnado es gente en busca de trabajo que, mientras tanto, decide formarse para mejorar sus opciones de ocupabilidad. Resulta comprensible, pues, que cuando sale una opción laboral, por precaria que sea, el alumno en cuestión lance una bomba de humo y, al más puro estilo ninja, desaparezca sin dejar ni rastro. 

Es cierto, el acceso al mercado laboral no está detrás de todos los casos de absentismo. Ya nos gustaría porque, mal que bien, supondría una vía de ingresos para muchas familias que pasan por situaciones bastantes complicadas. No obstante, independientemente de la motivaciones para abandonar a la francesa los estudios, desde los centros de adultos debemos tratar de dar respuesta a este hecho para, en la medida de posible, conseguir que nuestro alumnado finalice sus itinerarios formativos. ¿Cómo? Aquí van algunas posibles líneas de actuación aunque, claro, no se trata de una cuestión sencilla.

Por un lado, puede ser interesante flexibilizar los planes de trabajo. Esto no significa trabajar menos, en absoluto, sino trabajar de manera diferente y adaptada a las necesidades y tiempos del alumnado. Combinar formación presencial con formación virtual, marcar itinerarios de trabajo personalizados o explorar nuevas vías como la autoformación integrada (ya vigente en algunos centros pioneros en esto de la formación virtual como el CFA Palau de Mar) pueden ser alternativas interesantes para ofrecer marcos de aprendizaje flexibles que se adapten a las realidades cambiantes de nuestro alumnado.

Una segunda estrategia puede ser potenciar la comunicación con el estudiante ofreciendo espacios para el diálogo personal, para resolver dudas, para orientar. Si el alumnado siente que tiene espacios para comunicarse con el centro y con el profesorado cuando los necesite los aprovechará. Será difícil que un alumno con el que hemos hablado, al que hemos atendido debidamente, desaparezca a la brava. Es importante, pues, ofrecer espacios de comunicación para conocer sus necesidades. Por otro lado, es importante también la comunicación entre profesores y equipos docentes para detectar posibles problemas y para cubrir de la manera más transversal posible los requerimientos de los estudiantes.

En tercer lugar, vital: conectar con el alumnado. Todos lo sabemos y, seguro, lo hemos sufrido en nuestras carnes: ir a clase puede ser un suplicio. Pasarse horas en un aula puede ser una experiencia magnífica o un palo mayúsculo. Si además, como pasa con muchos de nuestros alumnos, vienes después de cuidar a tu padre que está enfermo, de dejar a los críos en el cole o entre la hora de la compra y la de preparar la comida para la familia, cualquier excusa puede ser buena para pensar: "esto no es para mí", "nunca se me ha dado bien estudiar" o cualquiera de los argumentos con los que muchos alumnos dan un portazo a su reencuentro con las aulas. Intentemos, pues, que esa vuelta sea motivadora, sugerente. Que sientan que el tiempo que están en el aula está siendo de provecho, que están aprendiendo, que no se trata de tiempo que restan a sus quehaceres y obligaciones cotidianos, sino que es tiempo que suma, tiempo invertido en positivo. Se dice pronto, claro, pero creo que es importante.

Y, por último, acompañando al alumno en su proceso de aprendizaje mediante tutorías bien coordinadas y ajustadas a sus necesidades. Muchos de nuestros alumnos retoman sus estudios con muchas dudas no solo sobre los itinerios formativos que ofrece la formación permanente, sino también sobre aspectos más elementales relacionados con las dinámicas de estudio tales como hábitos y pautas de trabajo, organización, calendario, etc. Un acompañamiento inicial puede ser muy positivo para recuperar dinámicas olvidadas o incluso para crearlas por primera vez. No se trata de atosigar a nadie, cada uno tiene sus ritmos, pero sí de estar disponible para que el alumnado que lo necesite pueda disfrutar de estos recursos.

Luego está la vida, claro, que a veces nos pone mil y un obstaculos para conseguir nuestros objetivos. Se trata, tal y como yo lo veo, de facilitar en la medida de lo posible que nuestros alumnos puedan compaginar su día a día con su formación. Así pues, parece claro que contra menos bombas de humo, mucho mejor. ¡Que por nosotros no quede!

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miércoles, 1 de abril de 2015

Out of the office

Nos tomamos unos días de descanso, que falta nos hacen. Esperemos que los aprovechéis vosotros también. Vayáis donde vayáis, disfrutad mucho. ¡Nos vemos DE VUELTA!