miércoles, 18 de abril de 2018

Por un ejercicio de la docencia humanizador (o no)

Los acontecimientos de las últimas semanas me llevan a reflexionar sobre las cualidades personales que pueden resultar útiles para cualquier profesión relacionada con la atención a las personas y, en especial (por cuestiones obvias) para la profesión docente. Me salen las siguientes. Pido perdón por adelantado por las obviedades.

En primer lugar, interés por el otro, ya sean alumnos, compañeros de centro, otros docentes o cualquier otro agente de la comunidad educativa. Claro que podemos ejercer como profesores sin preocuparnos por nada ni por nadie. Pero no solo vamos a desarrollar un mejor trabajo si conocemos los intereses y condicionantes de nuestro entorno, sino que se trata de una habilidad que nos humaniza y contribuye a forjar relaciones sociales que contribuyen a crear ambientes de trabajo más agradables y, por tanto, eficaces. Para ello hay que hablar, claro. Preguntar, escuchar, dialogar, compartir... En definitiva, mostrarse dispuesto al intercambio y al diálogo con el resto del mundo. Y es que hay gente que se encierra en su mundo y, chico, no hay manera...

En segundo lugar, mostrarnos cercanos y accesibles contribuye también a ofrecer una cara más amable a los miembros de nuestro entorno y, por tanto, puede favorecer una mayor interacción y, sobre todo, cuando esta se produce, intercambios de mayor calidad. No me refiero con esto al “colegueo” entre docentes o con el alumnado en el que pueden estar pensando algunos, sino simplemente a mostrarnos abiertos a aquellas personas con las que, nos guste o no, tenemos que desarrollar nuestro trabajo.

Otro aspecto importante para favorecer relaciones eficaces de trabajo reside en establecer una comunicación abierta y eficaz con nuestro entorno, ya sea alumnado, compañeros, familias, etc. Se trata, en mi opinión, de no dar por supuesto nada y de tratar de emplear todos el mismo lenguaje para saber en cada momento de qué estamos hablando y en qué fase estamos durante el desempeño de nuestro trabajo. Para ello, por supuesto, cabe favorecer el diálogo (al menos profesional) con el resto de miembros de la comunidad educativa.

Un cuarto punto elemental reside en mostrarnos flexibles y abiertos a nuevas posibilidades y enfoques. La nuestra, la docente, es una profesión que precisa de una planificación más o menos rigurosa, pero no siempre todo puede estar “atado y bien atado”, no podemos convertirnos en esclavos de nuestra programación de turno. Trabajamos con personas y las personas tienen problemas, aciertos y errores, malas y buenas temporadas... En definitiva, se trata de mostrar cintura y flexibilidad para adaptarnos a situaciones cambiantes y, por tanto, ser más eficaces, eficientes y justos.

En quinto lugar, pienso también en compartir como otra buena estrategia, seguramente relacionada con la comunicación y el diálogo, para establecer un sistema de relaciones sano y equilibrado. Compartir dudas, también certezas, informaciones, retos o situaciones problemáticas permite fortalecer los equipos de trabajo y crearnos una red de seguridad que tarde o temprano vamos a necesitar. Porque en educación me parece que no sale a cuenta ir de llanero solitario.

Y, por último, me parece que el sentido del humor puede resultar una pieza clave en el desarrollo de la profesión docente. Y el sentido del humor empieza por aplicárselo a uno mismo, quitarse importancia y saber reírse de los defectos y errores propios. Además, también permite quitar hierro a determinadas cuestiones, relativizar y oxigenar algunas situaciones que de lo contrario pueden enquistarse y dar lugar a situaciones ciertamente desagradables.

En fin, algunas obviedades que me parece que a menudo quedan olvidadas y sepultadas bajo un sinfín de instrumentos de evaluación, grandilocuentes objetivos didácticos, novedosas metodologías didácticas y demás requerimientos administrativo-burocráticos. Pues, eso, que lo mismo tendríamos que dedicarnos un pelín más a la cuestión humana. O no. (?)


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