Como siempre ocurre en toda convocatoria de huelga que se precie, defensores de una y otra postura encuentran argumentos para hacerse fuertes en su posición. Y este caso (hablamos, por supuesto, del sistema educativo) no iba a ser menos. Una parte significativa del profesorado (entre los que me incluyo) clama por una huelga que, además de poner de relieve el malestar vivido ante la gestión de la pandemia, obligue a las administraciones educativas a tomar medidas que permitan una vuelta segura a las aulas. Por otro lado, no son pocos los sectores que niegan la mayor argumentando que la tensa situación actual no es momento para una huelga que complicaría la situación a muchas familias. Repasemos algunos argumentos de unos y otros.
Los contrarios a la huelga argumentan, básicamente, que:
- Un parón significaría dejar en la estacada a miles de familias que no podrían atender debidamente a sus hijos por las dificultades de conciliación laboral.
- Consideran que durante el confinamiento otros sectores (sobre todo el sanitario) han arrimado el hombro y ahora llega el momento del ámbito educativo.
- Afirman que el alumnado no puede perder más tiempo entre parones y posibles nuevos confinamientos.
Por contra, los partidarios de la huelga consideran, entre otros aspectos, que:
- La gestión de la pandemia por parte de las administraciones educativas ha sido un desastre y la vuelta a los centros no se ha producido, ni mucho menos, de una manera segura.
- La subinversión en educación a lo largo de los últimos años ha provocado una situación de colapso educativo que el coronavirus solo ha contribuido a poner de manifiesto.
- No se han invertido los recursos necesarios en ampliar plantillas, conseguir nuevos espacios y asegurar servicios de limpieza y atención médico-sanitaria.
- Y, además, en algunas comunidades se está, si no criminalizando, sí desprestigiando la labor docente, además de volver locos a los equipos directivos con una errática toma de decisiones por parte de las administraciones a lo largo del verano.
En mi opinión, en este caso, la huelga estaría más que justificada. A los detractores de la huelga les diría que 1) el sistema educativo no puede solucionar los problemas del mercado laboral. Esas responsabilidades hay que pedirlas a otros, siempre que consideremos que las escuelas son algo más que aparcaniños/adolescentes; 2) los docentes también trabajamos durante la pandemia y arrimamos el hombro todo lo que pudimos. No seré yo quien compare nuestro esfuerzo con el de otros sectores, ni mucho menos, pero los equipos docentes jugaron un papel importante durante el confinamiento en el acompañamiento a nuestro alumnado; y 3) puedo estar de acuerdo en este punto pero veo mucha incoherencia respecto a la fuerza de los argumentos sanitarios y la poca inversión realizada. Además, con previsión y decisiones a tiempo, se podría haber montado un sistema de semipresencialidad o híbrido que permitiera, al menos, no perder un nuevo curso a la par que asegurar unas mejores condiciones tanto laborales como de aprendizaje en las aulas.
Eso sí, yo paso de una huelga cosmética. Ya he hecho muchas en los últimos años y estoy harto. Paso de un parón de un día que nadie se cree y cada vez menos gente secunda. Si se para, hay que parar de verdad, para forzar una negociación con medidas que permitan superar el colapso del sistema educativo. Y es que lo mismo ya ha llegado el momento de dar un paso adelante. Lo dicho, ¿una nueva huelga cosmética? Yo paso.
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