Leo en Cómo dar clase a los que no quieren, interesante obra de Joan Vaello Orts una serie de reflexiones sobre las causas responsables de que una parte importante del alumnado rechace atender en clase y muestre una actitud negativa hacia los estudios. Leo los motivos y los reconozco en la mirada de muchos de mis alumnos:
- La obligatoriedad de asistir a clase. En el caso del alumnado de los centros de adultos, los más jóvenes obligados por sus padres una vez han sido expulsados del sistema educativo.
- La ausencia de cultura del esfuerzo.
- La falta de perspectivas de éxito.
- La percepción subjetiva de falta de capacidad.
- La falta de fuerza de voluntad y de perseverancia.
- La ausencia de hábitos de trabajo.
- Los problemas personales y/o familiares.
- El lugar secundario que los estudios ocupan en su escala de valores.
- El presentismo o desinterés por los planes a medio y largo plazo.
- La competencia de estímulos alternativos.
- Las brechas cognitivas (están muy lejos de tener posibilidades de éxito) y socioemocionales (están muy lejos de pretender intentarlo).
No obstante, me atrevo a añadir unas cuantas causas más que creo que están en nuestro tejado y que, bien afrontadas, podrían derribar algunos de los muros señalados más arriba:
- La existencia de etiquetas y prejuicios hacia ellos.
- La escasa complicidad de parte del profesorado.
- La lejanía brutal entre sus intereses y el currículum académico.
- Las dinámicas de trabajo tradicionales y rancias.
- La inexistencia de una debida atención a las capacidades de muchos de ellos.
- La ausencia de estructuras flexibles que permitan un avance progresivo.
- La nula motivación que les llega desde la escuela.
- Lo poco importantes que se sienten en el ámbito académico.
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Tengo uno de esos alumnos en Tercero de ESO. Probablemente reúne todas y cada una de las características que has citado, además de absentista. Ayer lo castigué unos minutos sin bajar al patio para quedarme con él para hablar. Tenía que darle de alta en varias plataformas educativas y él no venía nunca a verme para hacerlo. Lo hice, aunque no terminamos el trabajo. Al finalizar le invité a intentarlo y le di la mano en señal de estima. Él me la dio por cumplir y apenas me miró, se giró y se fue. Yo entendí que no formaba parte de su sistema, que odiaba la escuela y solo venía por obligación (el día que viene, claro) y que yo no iba a ser alguien que le suscitara la idea de compromiso ni nada parecido.
ResponderEliminarComparto a menudo esa sensación de batalla perdida. Al final, no somos más que un simple eslabón de una cadena mucho más grande. No obstante, tengo la sensación de que sí funciona nuestro trabajo, especialmente cuando atacamos el asunto de manera colaborativa. Los centros de adultos recibimos cada vez más alumnos con las características descritas en la entrada. Y una parte importante consigue romper la barrera. Es difícil, claro, pero no nos queda otra que perseverar.
EliminarSaludos.