Los centros educativos son, por naturaleza, espacios de convivencia. Especialmente los públicos, claro. Chicos y chicas de distintas nacionalidades y de casi toda condición social se juntan a diario en escuelas e institutos de educación secundaria para compartir aprendizajes y experiencias de todo tipo. Se trata, pues, de ecosistemas enormemente ricos en cuanto a las posibilidades de aprendizaje, aunque seguramente, me temo, no aprovechamos toda su potencialidad.
Como decimos, esta riqueza procedente de la diversidad de su composición (no hablamos aquí, obvio, de centros que segregan por sexo y/o condición socioeconómica) ofrece enormes posibilidades de aprendizaje. Además, en los centros de adultos, a pesar de su creciente "secundarización", a esta convivencia con gentes de distintas procedencias se le añade el hecho de presentar un abanico generacional mucho más amplio. De hecho, en las aulas de los centros de adultos pueden convivir jóvenes que no llegan a la veintena con personas mayores ya jubiladas hace años.
Al aterrizar en un centro de adultos, un profesor sin experiencia en esta etapa educativa puede tener la sensación de que esta heterogeneidad puede representar un problema a la hora de desarrollar su trabajo. Nada más lejos de la realidad. Bien gestionada, esta diversidad de experiencias y de conocimientos genera un marco de aprendizaje muy rico, del que quizá no estamos sacando todo el jugo posible. De cómo planteemos nuestro trabajo en el aula pero, sobre todo, de cómo enfoque el centro de manera global este trabajo intergeneracional va a depender el aprovechamiento de esta enorme riqueza. Y a un servidor, le da la sensación de que tenemos todavía mucho trabajo por delante.
No hay comentarios :
Publicar un comentario