Hace unos días descubrí el concepto "optimismo cruel" leyendo «El valor de la atención», de Johann Hari. Recomiendo la obra por muchos motivos, pero me gustaría destacar su precisa disección sobre la pérdida de la capacidad de concentración que hemos vivido (y me temo que seguimos viviendo) los seres humanos en las últimas décadas. Aunque espero escribir algunos posts más en torno al contenido general de la obra, aquí simplemente quisiera hacer una breve referencia al concepto de optimismo cruel mencionado más arriba. Pero, antes de nada, cuatro líneas para poner el asunto en contexto.
¿Tienes la sensación de que ya no te concentras como hace años? ¿Te cuesta mantener una atención constante en actividades que tradicionalmente disfrutabas de manera plena como, por ejemplo, la lectura de un libro o el visionado de una película o una serie? Es probable que, si tienes ya cierta edad, compartirás este sentimiento de que ya no disfrutas de la capacidad de atención que tenías años, décadas, atrás. Según Hari, esta mengua de nuestra capacidad de concentración se debe a múltiples factores, no solo a los recurrentes distractores tecnológicos (móviles, ordenadores, tablets, relojes inteligentes y otros dispositivos ) que nos persiguen a cualquier lugar y a todas horas. Aunque los dispositivos electrónicos merecen, por cuestiones obvias, varios capítulos de la obra, existen otros muchos elementos que contribuyen a atentar contra nuestra atención y concentración. Nuestro entorno social y mediambiental, las condiciones de habitabilidad de nuestras casas, el ambiente y exigencias laborales y, por supuesto, también una alimentación basada en dietas alejadas de la comida real son también elementos que erosionan de manera dramática nuestra atención y capacidad de concentración y, por tanto, fuentes generadoras de estrés y de una immensa frustración personal.
Así pues, la tesis general de Hari es la siguiente: tu pérdida de capacidad de concentración no es únicamente responsabilidad tuya. Obviamente, hay una parte en nosotros que puede ayudarnos a recuperarla, pero no se trata tan solo de nuestra responsabilidad. Existen, sostiene el autor británico, una serie de estructuras, poderes fácticos y, por qué no decirlo, empresas con nombre y apellidos que organizan modelos de vida y de relaciones sociales y laborales que no favorecen precisamente nuestro bienestar ciudadano. ¿Ejemplos? Sistemas laborales basados en la explotación de las personas; modelos educativos infradotados de recursos y carentes de una planificicación coherente; aplicaciones y programas diseñados para mantenernos enganchados a las pantallas y alejados de la comunidad; parques de vivienda y modelos urbanísticos alejados del bienestar de las personas, etc. Habitar un mundo así, con esos niveles estratosféricos de estrés, no debe ser de gran ayuda para mantener altos niveles de concentración y de eficacia, ¿verdad? Y es en este contexto de estrés en múltiples frentes de nuestro día a día donde aparecen las propuestas mágicas del optimismo cruel. Pero, ¿a qué nos referimos exactamente con el concepto optimismo cruel?
Hari revela que descubrió el concepto vía Ronald Purser, profesor de gerencia en la Universidad Estatal de San Francisco. Según Purser, el optimismo cruel se da cuando se afronta un problema importante con causas profundas y se ofrece a la gente con un lenguaje entusiasta, una solución individual simplista. El mensaje suena bien, claro, suena optimista porque se le dice a la gente que el problema tiene solución. No obstante, es cruel, porque la solución propuesta es tan limitada respecto las causas profundas del problema que en la práctica totalidad de las situaciones está destinada a un estrepitoso fracaso. El principal efecto colateral de este optimismo cruel es, señala Hari, que una vez fracasada la solución propuesta el individuo tenderá a pensar que la responsabilidad es suya, desviando la atención de las causas sociales que generan el problema.
Personalmente, definiría las propuestas del optimismo cruel como «las propuestas del sistema», soluciones para descargar su responsabilidad sobre el ciudadano-trabajador-usuario. Ejemplos: Sesiones de yoga para desestresar a los trabajadores de una empresa con un claro déficit de personal; empresas que ofrecen clases de meditación a sus empleados al mismo tiempo que reducen la cobertura sanitaria a parte de su personal; cursos de mindfulness para trabajadores con sueldos congelados y/o menguados; jornadas de team building en empresas con presiones salvajes para llegar a objetivos inalcanzables. Estos serían casos paradigmáticos de medidas que podríamos calificar como optimismo cruel.
¿Y en educación? Se me ocurren muchas medidas que aplicamos TODOS los agentes de la comunidad educativa que podrían vincularse al concepto de optimismo cruel. Y desde distintos frentes, además. Desde las administraciones educativas hacia los equipos directivos. Hay formaciones, recomendaciones, directrices y consejos que reciben los equipos directivos que no tienen otra lectura que la del optimismo cruel. Desde los equipos directivos hacia el profesorado. No se entienden, de lo contrario, según qué decisiones y propuestas formativas, por ejemplo. Y, la que más me preocupa, sin duda, del profesorado hacia el alumnado. ¿O es que nosotros no alimentamos el optimismo cruel con muchas de las decisiones que tomamos en el aula?
Convendría, pues, a mi entender, hacer frente común contra el optimismo cruel. En todos los ámbitos, y especialmente en el educativo. Desde el poder, con nuestro beneplácito sumiso, se ha construido un sistema educativo precario hasta límites vergonzosos y parece que las responsabilidades tienden a individualizarse. Equipos directivos, por un lado; familias, por otro; docentes, por un tercero; y el alumnado, por último, sosteniendo también su cuota de culpabilidad. Quizá deberíamos dedicar más tiempo a repensar la estructura que nos dificulta la labor a unos y a otros y a hacer frente, criticar y erradicar esas propuestas optimistas, a la par que crueles, que pretenden poner la pelota de las soluciones imposibles en nuestro tejado.