Hace un par de años visité a un amigo en los Estados Unidos. Mi amigo es un profesor de ciencias sociales que encontró (se trabajó, vaya) la oportunidad de poder dar clase en un colegio bilingüe en Carolina del Norte. Una gran experiencia, sin duda, de la que aprendió (aprendimos) un montón. Pero bueno, a lo que íbamos. Aprovechando su estancia en el país de la hamburguesa me decidí a cruzar el charco, así que durante dos Navidades consecutivas nos recorrimos parte de la costa este: Nueva York, Washington, Filadelfia, Charleston, hasta Nueva Orleans llegamos el segundo año...
Precisamente ese segundo año mi amigo me invitó a dar unas charlas en su escuela (Collingswood, Charlotte) sobre un viaje de cooperación que realicé a las Filipinas con una ONG. La idea era mostrar a su alumnado las dificultades sociales a las que se enfrentan millones y millones de personas en el mundo y las posibilidades de actuación que tenemos en nuestro día a día para contribuir a la erradicación de estas desigualdades. Las charlas fueron un éxito, los chavales participaron enormemente (hay que decir que eran dos grupos espectaculares) y, por tanto, la experiencia fue estupenda.
Una de las cosas que más llamaron mi atención fue el trasiego de compañeros que pasaron por el aula mientras estuve hablando con los chicos. Varios profesores, entre ellos la directora del centro, se acercaron a su clase para ver y compartir la actividad con todos nosotros. Fue un hecho que me sorprendió gratamente y sobre el cual pregunté. En general, me dijo mi amigo, en los Estados Unidos existe esa cultura de puertas abiertas donde, no sólo la dirección de los centros, sino todos los miembros de la comunidad educativa tienen el derecho a entrar en las aulas para compartir los procesos de enseñanza-aprendizaje. Sin entrar en otros aspectos del sistema académico estadounidense, este es un punto que considero genial: la posibilidad de vincular al conjunto de la comunidad en el trabajo en el aula.
Es cierto que cada vez más centros educativos en nuestro país buscan estas sinergias con el "mundo exterior", entendiendo por exterior todo lo que pasa más allá del aula. Creo que poco a poco estamos abriendo más nuestros centros y nuestras aulas generando colaboraciones con otros compañeros e instituciones de nuestro entorno. No obstante, esto no quita que, en general, todavía tengamos un sistema de "puertas cerradas" donde muchos docentes no comparten su trabajo y donde resultaría impensable que, un día cualquiera, se abriera la puerta del aula para que un compañero entrara a observar y compartir nuestra práctica diaria.
Quizás llega el momento de socializar nuestra práctica docente y abrir las puertas del aula para que entren nuevas ideas y colaboraciones que conecten nuestro trabajo en los centros con el mundo real. De la colaboración del conjunto de la comunidad saldrán interesantes respuestas que permitirán enriquecer nuestro trabajo. Abramos la puerta y, como digo yo, que corra el aire.
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