Pongamos el caso que a un Ayuntamiento de un municipio cualquiera le tocan 100.000 euros y decide invertirlos en proyectos de diversa índole para su comunidad educativa. Para decidir el objeto de la inversión se realiza una consulta popular donde intervienen desde los niños y niñas de los distintos centros educativos hasta sus padres y madres, pasando por AMPAS, profesores, directores, bedeles y demás personal de administración y servicios. ¿Cuál sería el resultado de este particular referéndum?
Desde hace 4 años, además de mi labor como profesor de ciencias sociales y director del centro donde trabajo, desempeño las funciones de técnico de educación en el ámbito municipal. Desventajas de ser trabajador municipal en un ayuntamiento en crisis. Digo desventajas no porque no me interese el trabajo. Al contrario, es muy enriquecedor ya que me permite salir del aislamiento de nuestro día a día y conocer la realidad educativa del municipio. Pero claro, los días tienen 24 horas y siempre está bien pasar, como mucho, ocho en el trabajo... Pero bueno, no estoy aquí para llorar mis penas.
Desde hace cuatro años, digo, una (gran) compañera y yo gestionamos desde nuestro centro (o lo intentamos, lo prometo) el departamento de educación municipal. Son mucho los programas que llevamos entre manos pero hay uno que por diversos motivos me tiene auténticamente obsesionado. Sí, te lo estás imaginando, se trata de la subvención de los libros de texto. En los últimos cuatro años, nuestro consistorio ha invertido más de 100.000 euros en subvencionar los libros de texto de familias en situación económica desfavorecida. Este es el importe neto de subvención, el que se va directamente a las editoriales. Se incrementaría en mucho si tuviéramos en cuenta las horas que invertimos todos los trabajadores implicados en el proyecto. Un proyecto, por otra parte, muy difícil de gestionar por su complejidad y tamaño.
No cabe duda de que el ayuntamiento lo hace con toda la buena intención, claro. No hay ironía alguna aquí. El objetivo es que todo el alumnado pueda tener los materiales necesarios para trabajar en el aula y, mejor o peor, se organizan los recursos a tal efecto. Las AMPAS, por su parte, se implican también gestionando los pedidos de las familias subvencionadas. Y los trabajadores de la casa pues sacamos tiempo de donde podemos para intentar llegar a todo, aunque muchas veces sea tarde y mal.
No obstante, después de cuatro años y más de 100.000 euros invertidos, me vienen a la mente algunas reflexiones que quizá deberíamos hacernos como comunidad educativa local, aunque me temo que podría ser extensible al resto del país. Perdóneseme la posible demagogia y/o simplismo, pero así es como lo veo.
- Me da la sensación de que en muchas ocasiones no existe una verdadera reflexión didáctica y metodológica sobre los materiales con los que se trabaja. Claro, esto dependerá del centro y del profesorado en cuestión. No obstante, este hecho me parece innegable cuando los lotes son elaborados por profesores que no van a ejercer con el grupo el año siguiente. Se me objetará que la selección la realizan los departamentos o que si no sería imposible planificarse, pero no me vale la respuesta. No iba a cambiar mi enfoque pedagógico por llegar a un centro con un determinado libro. Y la familia ya habría hecho el gasto. Además, no han sido pocas las ocasiones en las cuales hemos recibido con sorpresa el retorno de libros (requisito para participar en la subvención) que habían sido comprados pero no utilizados.
- Hablando de dinero, diré una tontada: hay lotes carísimos. Más de 250 euros puede ser una barrera insalvable para familias con hasta tres y cuatro críos en edad escolar. Hay familias a las que una factura de estas características les revienta el presupuesto anual. Me parece que la cuestión económica debería ser un factor a tener en cuenta en la creación de los lotes.
- No sé hasta qué punto los centros analizan el impacto de los materiales utilizados. Y no me refiero a una reunión en el tercer trimestre para verse con la editorial de turno. Hablo de trabajo de análisis de contenidos, comparativas entre propuestas, revisión de resultados, etc. Tengo la sensación que este es un aspecto sobre el que los centros no reflexionan demasiado. Pero seguro que me equivoco.
- Me parecería lógico tener un repositorio de libros por aula como material de consulta, por supuesto. Tendría todo el sentido del mundo desde un punto de vista metodológico pero, sobre todo, desde un punto de vista de sostenibilidad, económica de las familias y de todo tipo.
- Creo que las familias reflexionan poco también sobre el uso de los libros de texto. Aunque quizá cada vez más, cierto. Me parece que pueden ser una voz muy fuerte que podría condicionar según qué decisiones al respecto de los materiales con los cuales trabajan sus niños y niñas.
- Y el papel de la administración también me resulta cuestionable. Las buenas intenciones no pueden ocultar los errores implícitos de tal o cual decisión. ¿Cuántos millones (¡!) de euros destinamos a la compra de materiales escolares? Seguro que por la red corre el dato.
En fin, unas reflexiones tontas sobre el asunto. Creo que si le preguntaramos a la comunidad educativa de cualquier municipio en qué querrían gastarse 100.000 euros los próximos 4 años una de las últimas respuestas sería en libros de texto. Aunque, ahora que lo pienso, seguro que habría alguien que acabaría realizando la propuesta. Y eso, quizá, sea lo más preocupante del asunto.
¿En serio no tenemos nada mejor en que gastarnos 100.000 euros que en los malditos libros de texto?