A primera vista podría parecer que el profesor-plasma es una especie en peligro de extinción. En la era de la revolución tecnólogica, de la interactividad, se supone que perfiles de profesores resguardados detrás del currículum, partidarios de evaluaciones memorísticas clásicas y alérgicos a la Pregunta (así, en mayúscula) serían cosa del pasado. Nada más lejos de la realidad. Cobijado en su cueva, el profesor-plasma disfruta de buena salud y amenaza con perdurar en nuestras aulas por los siglos de los siglos. De hecho, el profesor-plasma tiene una edad indeterminada. A veces es muy mayor;
otras muy, muy joven. Así pues, el "plasmatismo" nada tiene que ver con
la edad. Hay profesores jóvenes tremendamente "plasmáticos" y otros
mayores que no lo son en absoluto. Y a la inversa. Entonces, ¿cómo identificar al profesor-plasma?, ¿cuáles son sus rasgos principales?
El profesor-plasma, al más puro estilo del presidente del gobierno, esquiva la pregunta siempre que sea posible.
Suele disponer de un guión al que se aferra con fiereza para defender
su método y manera de trabajar. La pregunta y el debate pueden
distorsionar la planificación, así que mejor evitarlos. Por otro lado, el
profesor-plasma es un fervoroso defensor del libro de texto, al cual
adapta sus programaciones con el rigor del fanático. ¿Qué es eso de
trabajar por proyectos?, ¿Transversaliqué...?
No obstante, quizá la principal característica del profesor-plasma sea que opera en soledad. No gusta de codearse con sus iguales, ya que estos le pueden intoxicar con sus novedosos y revolucionarios planteamientos. Así pues, el profesor-plasma evita compartir métodos y recursos con el resto del profesorado. Cuando detecta un corrillo donde puede estar produciéndose un intercambio de información lo esquiva con agilidad felina y huye presto a su cálido y reconfortante plasma. Es, en definitiva, un lobo solitario que evita el contacto con el resto del claustro.
Por otra parte, el profesor-plasma hizo su última formación en una era geológica pasada. Como puede deducirse, claro, no muestra un excesivo interés por el reciclaje y la formación académica. No es su culpa. El profesor-plasma acostumbra a ser una persona ocupada y, además, todo el mundo sabe que la mayoría de cursillos y formaciones no sirven absolutamente para nada. Si a su apretada agenda le sumas que a estos cursos suelen ir otros profesores donde hablan de nuevas propuestas y metodologías, la conclusión parece evidente: no le verás el pelo en ninguna formación dirigida al colectivo docente.
Por último, el profesor-plasma no lo sabe, pero el futuro que le espera no es nada prometedor... Más tarde o más temprano se verá arrinconado en los claustros por nuevas especies docentes con innovadores planteamientos basados en el esfuerzo colaborativo y en la flexibilidad. Nuevas vías de trabajo que demandarán que el profesor-plasma se implique, recicle y adapte para no quedarse atrás. Porque incluso el plasma es cosa del pasado... ¿Os suena el LED?