lunes, 30 de mayo de 2016

Revolución emocional e innovación

Escribo este texto desde (me temo) un analfabetismo emocional pronunciado. No obstante, que uno no tenga las herramientas emocionales engrasadas correctamente no significa que no sea consciente de su importancia. Una importancia creciente,  de hecho, en una sociedad y en un sistema educativo que demandan una capacidad de adaptación y de flexibilidad cada vez mayores. Y aunque quizá sea una línea de trabajo cada vez más tenida en cuenta desde los centros educativos, me temo que todavía tenemos mucho campo por recorrer en este sentido.

Leo artículos y textos varios sobre el asunto elaborados por expertos en la materia y me aparece un enorme listado de tareas pendientes dirigidas a mejorar la propia inteligencia emocional. En breve caerá un post al respecto. Entiendo por inteligencia emocional (insisto que uno está más pez de lo que quisiera en estos temas) la capacidad para reconocer, expresar, regular y utilizar las emociones propias y del entorno para adaptarse a las diferentes situaciones que enfrentamos a diario y, sobre todo, para sentirnos bien. Pues eso, que se dice pronto. Que una cosa es aprender la teoría y otra hacer gala de solvencia en la gestión de habilidades emocionales en nuestra práctica diaria. Lo dicho,  tenemos faena.

Por otro lado, percibo que en los últimos tiempos el asunto de la innovación educativa está en boca de todos. Ya sea postulándose a favor o en contra, proponiendo la introducción de las TIC o su erradicación absoluta, con o sin flipped classroom, autoproclamándose paladines de la innovación o huyendo del sustantivo como de la peste, proliferan por la red innumerables artículos y noticias sobre innovación educativa. Incluso un servidor se ha atrevido con el tema en alguna ocasión (véase entre otros los recientes Innovación y competición en educación o ¿Jugamos? Reflexiones de un novato sobre las ventajas de jugar en el aula). Percibo, además, una notable tensión en el ambiente cuando se habla acerca de innovación educativa. Me da la sensación de que se trata de un debate que en muchas ocasiones, demasiadas en mi opinión, se torna demasiado grueso y tenso.

Y yo me pregunto si la verdadera innovación, o al menos la base sobre la cual deba edificarse cualquier otra, no estará en el terreno de la educación emocional. Si no será necesario impulsar una verdadera revolución en el terreno de las emociones que nos convierta en profesionales y en centros más atentos a las personas que a los contenidos y a las metodologías. Una revolución que erradique los prejuicios y etiquetas tan presentes en los claustros, las reprimendas y discursos tópicos, que genere espacios de escucha, que nos convierta en profesionales empáticos que busquen resolver los conflictos desde el diálogo y no desde la imposición, que nos motive y nos haga felices en nuestro trabajo. En definitiva, que nos haga más competentes emocionalmente.

Habrá quien diga que para que todo esto resulte la sociedad deberá acompañar a la escuela en este camino y no le faltará razón. Considero que el éxito, tanto en este ámbito como en tantos otros, o será colectivo o no será. Pero no es menos cierto que los centros educativos podemos jugar un papel importantísimo en este proceso y que para eso debemos creérnoslo y mover ficha. Habrá que echarle sentido común, realismo y ponerse las pilas para amarrar el timón bien firme y abrir vía. Porque uno tiene la sensación de que desde el marco actual tenemos mucho campo por recorrer. ¿Quién se anima?

miércoles, 18 de mayo de 2016

Y tú, ¿qué puedes hacer por la educación?

A menudo nos quejamos de los numerosos problemas que nos encontramos día a día en nuestro desempeño como profesionales de la educación. Ratios imposibles, urgencias varias, burocracia creciente, recursos menguantes, exceso de trabajo, poca implicación de las familias o desmotivación del alumnado son algunos de los motivos de queja más habituales. Muchas veces esta queja la verbalizamos así, a lo grande, contra el Sistema Educativo (con mayúsculas). Y no es que nos falte razón, en absoluto. De hecho, nos sobran motivos para la queja. Tenemos un sistema educativo que, por decirlo de manera suave, no siempre se ajusta a las necesidades de nuestro alumnado y de los centros educativos. Eso es así.

El día de su investidura como presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy pronunció uno de los grandes discursos de la historia. En él, exhortaba a los ciudadanos americanos a preguntarse no qué podían hacer los Estados Unidos por ellos, sino qué podían hacer ellos por los Estados Unidos. En su proclama, pues, el presidente norteamericano instaba al pueblo a tomar un papel protagonista en los años que estaban por venir. Más allá de la retórica política de turno, creo que podríamos establecer un paralelismo claro en relación al panorama educativo. Me parece que resultaría una postura inteligente y, sobre todo, constructiva. ¿Qué podemos hacer nosotros por mejorar el sistema? Dentro de los márgenes, más o menos limitados que podamos tener, ¿cómo organizarnos mejor para ser más eficientes?, ¿cómo atender mejor a nuestro alumnado?

Y esto no significa abandonar la crítica, ni mucho menos. Debemos continuar presionando a la administración para hacer llegar nuestras quejas, necesidades y propuestas de mejora. No obstante, considero que no podemos quedarnos paralizados por la crítica y que las debilidades y déficits del sistema no pueden servirnos como excusa para no afrontar la parte de responsabilidad que nos pertoca en este tinglado. De hecho, considero que ésta es la tónica en la gran mayoría de centros, donde miles de profesionales se esfuerzan por sacar adelante sus proyectos y en generar aprendizaje en su alumnado a pesar de las dificultades diarias.

Pienso todo esto a raíz del éxito de mis compañeros del CEPA Pitïuses de Ibiza, flamantes ganadores del premio Edublogs Espiral con su blog colaborativo Trencadís. Aunque lo de menos es el premio, claro. En mi opinión, el auténtico éxito radica en, a pesar de estas dificultades, perseverar en el trabajo y mantener la ilusión para generar nuevos retos y proyectos. Ellos son un claro ejemplo de ello. Muchas felicidades a todos.

Pues eso. Propongo que la próxima vez, después del desahogo que genera la crítica en mayúsculas (me temo que no sirve para mucho más), nos preguntemos qué podemos hacer nosotros por la educación. Intuyo que tenemos respuestas de muchísimo valor.

lunes, 9 de mayo de 2016

¿Jugamos? Reflexiones de un novato sobre las ventajas de jugar en el aula

Las últimas sesiones del módulo de Historia II del curso de graduado en educación secundaria para personas adultas las hemos dedicado a jugar. No se trata de un hecho aislado. A menudo usamos juegos de todo tipo para repasar (o introducir) conceptos trabajados (o por trabajar). Últimamente tiramos mucho de Kahoot, aunque tenemos también otras opciones más tradicionales como dinámicas grupales de todo tipo y condición o el típico tablero (con dado gigante, eso sí) y pruebas variadas. Normalmente son actividades que funcionan bastante bien. Levantar el culo del asiento y romper la dinámica habitual de trabajo suele ser bien recibido, la verdad. La novedad en este caso es que ha sido el propio alumnado el encargado de elaborar los juegos y, como era de esperar, el resultado ha sido fantástico.

De hecho, la dinámica de trabajo ha sido bastante sencilla. El tema era el (apasionante) Antiguo Régimen. Dedicamos una primera sesión a trabajar los contenidos elementales de la unidad. Troceamos el temario en tres grandes ejes (sociedad, política y economía) y dividimos la clase en grupos, los cuales debían hacer una síntesis de su contenido para explicarla a sus compañeros. Con las explicaciones de cada grupo elaboramos un mapa conceptual genérico donde se recogían las principales características de la etapa. Una vez elaborado el esquema general y clarificadas todas las dudas llegó el momento de elaborar los juegos. Durante las siguientes dos sesiones el alumnado (de manera individual o en grupos) ha trabajado en el diseño de sus prototipos y en las dos últimas nos hemos dedicado a jugar y a evaluar los juegos de cada compañero. Para ello hemos utilizado una sencilla rúbrica consensuada entre todo el grupo (ver aquí).

¿Resultados? Desde mi punto de vista geniales. Hemos tenido de todo, desde una adaptación del "Quién quiere ser millonario", hasta el típico Pasapalabra, una Oca del Antiguo Régimen, la Ruleta de la Historia, juegos de cartas, etc. Lo mejor de todo ha sido comprobar la creatividad absoluta del alumnado y como se han apropiado de los contenidos de una manera distinta y divertida. Pensando sobre los resultados de la actividad (y desde mi desconocimiento de los fundamentos teóricos de la gamificación o del aprender jugando, que lo mismo me da) me sale el siguiente listado de ventajas de usar el juego en el aula:
  • Promueve la creatividad del alumnado en sus diversas manifestaciones.
  • Permite un acercamiento distinto y alternativo a los contenidos curriculares.
  • Favorece un mayor dinamismo en el desarrollo de las sesiones.
  • Genera expectativas e ilusión en  el alumnado (y en el profesorado).
  • Permite la creación de materiales que podrán reciclarse y reutilizarse con otros grupos.
  • Promueve el trabajo colaborativo, la toma de decisiones conjuntas y el intercambio entre el alumnado.
  • Facilita la atención a los distintos ritmos de aprendizaje.
  • Genera una mayor motivación en el alumnado.
¿Aspectos a mejorar? También los hay, por supuesto. Hay algún grupo que se ha atascado con la elaboración de sus juegos, otro que se ha complicado en exceso la vida y algunos que no han tenido demasiado presente la rúbrica con los criterios de elaboración en la creación de sus prototipos. Tomamos nota. No obstante, la valoración final es muy positiva.

Pues eso, que hemos jugado, aprendido y pasado un buen rato. Además, a los amantes del esfuerzo les diría que estén tranquilos, que también hemos trabajado mucho. ;) Por aquí encontrarás alguna info más sobre la unidad. Para cualquier consulta o sugerencia sobre la actividad no dudes en darme un toque. Lo segundo se agradecerá especialmente. ¡Seguimos!



domingo, 8 de mayo de 2016

Zascas educativos (III)

"La frase no hay soluciones mágicas debe de ser una de las más repetidas en el mundo educativo, además de producir efectos devastadores sobre la moral ya decaída de muchos docentes. No sé quién la usó por primera vez, pero caló. Y sin embargo es falsa: sí hay soluciones mágicas, pero recordemos que la magia consiste en aprender números de magia y, una vez aprendidos, ensayarlos y perfeccionarlos hasta mecanizar su aplicación y que parezcan eso: mágicos. El profesor [pues] puede ser un mago. [...]

El punto de partida para aprender numeros de magia didáctica es el optimismo: inyectarnos una buena dosis de fe en lo que hacemos, pensando que se pueden conseguir las metas perseguidas. Frente a la actitud de desánimo fatalista que a menudo se instala en el mundo educativo ("esto va cada vez pero", "no hay nada que hacer"), podemos inspirarnos en la actitud del mundo científico, que nos da ejemplos de persistencia para seguir investigando sin desmayo soluciones a problemas aparentemente irresolubles."

Joan Vaello Orts, Cómo dar clase a los que no quieren, Graó, 2011



martes, 3 de mayo de 2016

¿Política? ¡Sí, gracias!

No, no me he vuelto loco y sí, yo también estoy un pelín saturado de la política en sus múltiples manifestaciones (léase local, autonómica y estatal). Desde el respeto absoluto a todas las opiniones, me resulta bastante decepcionante el panorama político actual, tanto en lo que se refiere a representantes de uno y otro bando como, sobre todo, a los (no) discursos sobre educación que (no) nos llegan desde todas y cada una de las trincheras políticas. Insisto, seguramente me equivoco, pero me parece que vivimos un tiempo en el cual se habla más de educación que nunca donde, por contra, existe poco debate real sobre educación. Y cuando existe, además, no resulta demasiado educativo que digamos.

Escuché hace unas semanas a Joan Subirats reflexionar sobre la necesidad de politizar el debate educativo. La jornada en cuestión versaba sobre centros de adultos. Como es sabido, una de nuestras principales preocupaciones como docentes de esta etapa radica en visibilizar nuestras necesidades y, por supuesto, en destacar la importancia de los centros de adultos como espacios generadores de segundas oportunidades formativas y educativas. Ante esta preocupación sobre el escaso eco mediático de la educación permanente, proponía Subirats una politización del debate educativo. Es decir, llevar al terreno político (el cual, nos guste o no, es el espacio donde se toman las decisiones) el debate sobre el presente y el futuro de los centros de adultos. Ahí queda eso.

Y pienso yo que no solo los centros de adultos estamos fuera del debate político. Tengo la sensación de que a menudo el debate educativo queda relegado a cuatro o cinco ideas o mantras que unos y otros se lanzan porque toca, es decir, sin demasiada reflexión al respecto. Unos defendiéndose desde un lado de la trinchera, los otros intentando ganar terreno a cualquier precio. Y con esto no digo que todos los discursos sobre educación de los distintos partidos políticos sean iguales, ni mucho menos. Lo que destaco es que en la clase política, a mi entender, no existe un debate en profundidad sobre la cuestión educativa y ese es un tema que me preocupa. No recuerdo que la educación jugara un papel importante en los múltiples cara a cara previos a las elecciones del 20D. Y ahora que tenemos nuevos comicios en el horizonte me temo que la situación no va a ser demasiado distinta.

Quizá el papel que nos toca como ciudadanos y como profesionales de la educación sea ése, llevar al terreno político nuestras demandas, necesidades y preocupaciones para que exista un verdadero debate que genere cambios más allá de la cosmética educativa propuesta por unos y de las barbaridades cometidas por otros. Así pues, propongo una politización del debate educativo desde una voluntad de entendimiento y de trabajo colectivo. Porque es evidente que para conseguir avances significativos se requiere un consenso que va más allá de políticas partidistas. Quizá solo así evitemos aquello de "entre todos la mataron y ella sola se murió".