De un tiempo a esta parte asistimos a un estallido constante de metodologías y propuestas didácticas, aplicaciones y programas varios y, en definitiva, a la aparición una infinidad de nuevas posibilidades para mejorar la práctica docente. Lo cierto es que la red ha dado a la profesión un verdadero revolcón. Ahora, más que nunca, en cuestión de segundos (dependiendo del ancho de banda en cuestión) y con un simple clic tenemos acceso, profesorado y alumnado, a cantidades ingentes de información y recursos. Así pues, el nuevo panorama educativo se nos revela como un suculento aparador de dulces y pasteles recién horneados listos para hincarles el diente. Nada más lejos de la realidad. Aunque el nuevo paradigma me parece claramente positivo también puede tener, sin duda, sus peros.
Y es que uno tiene la sensación que no reflexionamos en profundidad sobre lo verdaderamente importante en educación y nos dejamos llevar por las modas y tendencias educativas del momento. Y creo que este mal no solo afecta y de manera evidente a las administraciones educativas de turno. Me parece que muchas veces los centros educativos y el profesorado somos complices de la obsesión por esta fast education de purpurina y focos mediáticos. Me explico.
El caso de las administraciones es claro. No sé si existirá una administración autonómica sin su plan molón de innovación educativa. Y no digo que no deba ser así, por supuesto. Uno de los objetivos de cualquier administración educativa que se precie debería ser preocuparse por la formación permanente del profesorado y la aplicación de nuevas metodologías que permitan una mejor atención y la mejora de resultados por parte del alumnado. No obstante, cuando tienes centros de primera y de segunda, plantillas inestables, equipos directivos sobrepasados por las circunstancias o un cuerpo de interinos danzando de centro en centro perpetuamente, por citar tan solo algunos de los lastres más visibles, parece de risa ponerse la innovación como una meta inmediata como le he oido a algún que otro representante político. Vender la moto de la innovación y las nuevas tendencias sin destinar recursos a la formación del profesorado y a la resolución de los puntos negros del sistema me parece ridículo y un sinsentido mayúsculo.
Por otro lado estamos nosotros, el profesorado, a quienes muchas veces nos deslumbran los focos de las nuevas prácticas y metodologías. Tengo la sensación que en ocasiones no reflexionamos suficientemente sobre el impacto real de las nuevas metodologías y/o estrategias en nuestro trabajo en el aula. Me temo que caemos fácilmente en las garras de la práctica o estrategia innovadora del momento sin meditar demasiado sobre otros aspectos elementales de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Un poco de flipped por aquí, un ABP por allá, ahora le damos al scratch, ahora un poco de robótica, nos ponemos con el e-learning, el m-learning... No sé, quizá sea una sensación equivocada, pero me parece que muchas veces nos convertimos en auténticos zampabollos metodológicos incorporando sin ton ni son prácticas que pueden resultar muy interesantes y enriquecedoras siempre que haya una reflexión previa y un verdadero trabajo de fondo.
En fin, que quizá necesitamos de más reflexión y de visión a medio y largo plazo tanto por parte del profesorado como, sobre todo, de las administraciones educativas. Un dulce dentro de una dieta equilibrada siempre es un placer. Zampar bollos al tuntún es otra cosa bien distinta. Pues eso, al loro.
PD. Esta entrada forma parte del reto #blimagen lanzado el compañero Jordi Martí en su genial blog Xarxatic. ¡Aquí va nuestra aportación!