Recupero unas notas que tenía por ahí de cuando leí El elemento de Ken Robinson. En ellas apuntaba el papel que Robinson asigna a los mentores, a aquellos profesores (o no) memorables con los que, con un poco de suerte, uno topa en su camino y te ayudan a dar un giro al asunto cuando más lo necesitas. El autor británico destaca, por encima de todo, cuatro grandes características que, sí o sí, reúnen los mentores de manual. Vamos a ellas.
En primer lugar, los mentores son reconocedores. Es decir, reconocen tus verdaderas aptitudes y talentos individuales. Detectan tus puntos fuertes y reconocen la chispa que activa tu interés y tu capacidad. Es por ello que su apoyo puede resultar clave para conectar tus habilidades y capacidades con los componentes específicos de la disciplina que constituye tu pasión.
Una segunda característica es que son motivadores, estimuladores. Esta capacidad permite que los verdaderos mentores nos lleven a creer que podemos conseguir logros que sencillamente considerábamos imposibles. Su consejo y su apoyo nos aportan, pues, una dosis extra de confianza en nuestras habilidades. Confianza que, sin duda, nos hace crecer y nos permite afrontar nuevos retos y adversidades.
En tercer lugar, los mentores son facilitadores que pueden ayudarnos a llegar a conseguir nuestros logros y objetivos, también a descubrir nuestras verdaderas pasiones. Su apoyo es incondicional, pero esto no significa que simplemente nos allanen el camino, al contrario. A veces pueden sumirnos en la duda y la vacilación para hacernos crecer y a aprender de nuestros errores.
Y, por último y a pesar de todo lo señalado anteriormente, son exigentes. Señala Robinson que los mentores eficaces nos empujan más allá de lo que nosotros consideramos posible. Por un lado, no nos dejan sucumbir a la falta de confianza en nosotros mismos mientras que, por otro, nos impiden que hagamos menos de lo que podemos. En fin, palabra de Robinson.
Leo todo esto y pienso que los mentores robinsonianos no lo tienen nada fácil en el sistema educativo español. Tampoco es que crea que los profesores de los centros educativos deban cumplir este rol, ni mucho menos. No obstante, me parecen características que conviene tener presentes en nuestra práctica profesional. La verdad es que no estaría nada mal que, así, como quien no quiere la cosa (es un decir, claro), reconociéramos por sistema el talento de nuestro alumnado, estimuláramos sus capacidades y facilitáramos su progreso siendo, a la vez, exigentes con el cumplimiento del trabajo y de las obligaciones que corresponda. Vamos, creo que firmaríamos todos.
Sin embargo, digamos que no desarrollamos nuestra labor en las mejores condiciones para cumplir con estos requisitos. Ni las ratios, ni la burocracia inabarcable, ni la (cuestionable) formación y preparación del profesorado, ni la rigidez organizativa de todo el tinglado parece que sean grandes aliados para transformarnos y dar el salto propuesto por Robinson. Mientras tanto, creo que no nos irá mal si nos esforzamos por estar cerca de nuestro alumnado, atentos a sus necesidades e intereses y abiertos a colaborar con las familias y el resto de compañeros. Me parece que no es poca cosa. Y ya, si eso, nos ponemos con los elementos y tal...