Recupero un concepto que leí a
Jordi Domènech citando a
Débora Kozak (siendo amigos, me perdonarán si la cita no fuera correcta) para explicar un hecho que se me presenta en los últimos tiempos cada inicio de trimestre. Se trata del concepto o idea de "alumnado alumnizado". Entiéndase por alumno o alumna alumnizado, en el género que corresponda, (al menos ésa fue mi interpretación) aquel que, metodológicamente hablando, no se anda con demasiadas historias. Me explico. Se trata, en líneas generales, de un tipo de alumnado de libro de texto, apuntes y examen final, con su recuperación y tal. Al alumnado alumnizado no le marees con proyectos ni problemas cercanos a su realidad cotidiana. Tampoco es demasiado amante de las rúbricas ni de la autoevaluación ("pon la nota tú, profe, que para eso te pagan"). Huye, también, de los trabajos en grupo y del rol central del aprendiz en el proceso de enseñanza-aprendizaje. En definitiva, al alumnado alumnizado ofrécele una buena explicación del tema, plantifícale a final de trimestre un buen examen final -ristra de actividades preparatorias mediante- y aquí paz y después gloria.
En Cataluña, el curso de graduado en educación secundaria para personas adultas se organiza mediante módulos trimestrales. Ello permite que, cada tres meses, nuevos alumnos se incorporen a nuestros centros para cursar esta formación. Así pues, estos primeros días de clase nos dedicamos, como es lógico, a presentar los contenidos, metodologías y sistemas de evaluación que vamos a poner en práctica durante los próximos meses. En los últimos tiempos venimos ensayando nuevas maneras de trabajar con estos grupos. Ya hemos dicho por aquí en más de una ocasión que determinadas formaciones de los centros de adultos están siendo copadas por alumnado expulsado -literalmente, en muchos casos-, de manera más o menos reciente, de los centros de educación secundaria. Decidimos pues, hace unos años, optar por metodologías más o menos activas que favoreciesen otra relación del alumnado con el aprendizaje. En ello seguimos.
¿Cuál es la respuesta general de un alumnado acostumbrado a años y
años de apuntes, resúmenes, lecturas obligatorias y exámenes finales cuando, de repente, se
encuentra con la desaparición del libro de texto, con el encargo de desarrollar una
audioguía literaria, diseñar una guía de viaje, crear su propio medio de comunicación, realizar un anuncio televisivo o crear una obra artística? Pues, en general, la primera reacción es de sorpresa, claro. Y la segunda, normalmente, es la de preguntar por el examen. La gran mayoría, a pesar de las reticencias iniciales, acaba entrando al trapo y disfrutando del proceso de trabajo (y, huelga decirlo, aprendiendo muchísimo). En
líneas generales, pues, estamos contentos. Muchísimas cosas a mejorar pero buenas sensaciones. Además, el número de graduados en los
últimos años ha crecido notablemente, aunque no se trata tan solo de cifras.
Lo más interesante es apreciar las dinámicas colaborativas que se
generan en el aula y, sobre todo, la recuperación de la confianza perdida a lo largo
de años y años de ostracismo académico de muchos de nuestros estudiantes. No obstante, siempre queda quien recela y pide una vuelta a estrategias y metodologías, digámoslo así, más tradicionales.
Y es más que lógica, y lícita, esta demanda, por supuesto. Se trata de dinámicas de trabajo interiorizadas intensamente por la fuerza del tiempo. De tal manera, con tal intensidad, de hecho, que nos resulta de lo más normal que el principal mecanismo de evaluación presente en los centros educativos, cada vez en etapas más tempranas, dicho sea de paso, sea responder con bolígrafo -azul o negro- sobre un papel cuestiones de distinta índole. Exámenes, le llamamos, y al parecer su superación resulta una prueba inequívoca de conocimiento y capacidades varias.
En fin, que no se me ocurre mayor agente "alumnizador" de nuestros alumnos que el propio profesorado ("profesorizado", añadiría). Quizá sea el momento de mirarnos al espejo y buscar nuevas vías de trabajo que permitan "desalumnizar" a nuestro alumnado y, de paso, "desprofesorizarnos" un pelín, nosotros también. "Palabros" al margen, no me parece ninguna tontería, la verdad.
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