martes, 27 de octubre de 2015

La insoportable levedad de los centros de personas adultas

Sin ánimo de resultar cansinos, nos vemos obligados a escribir por aquí de vez en cuando para reivindicar el trabajo desarrollado por los centros de adultos. Hablamos de decenas de miles de personas en todo el país que diariamente le ganan tiempo a la vida para formarse y continuar con sus estudios o, en otras ocasiones, simplemente para disfrutar del placer y el gusto de aprender. Hablamos, también, de miles de profesionales de la educación que, con sus aciertos y sus errores, implementan programas de formación completos y muy diversos que también merecen la atención de la administración educativa de turno.

Y es que os animo a echar un vistazo a la programación de las innumerables jornadas o encuentros educativos del panorama nacional o de cualquier administración autonómica, que para el caso es lo mismo. La presencia de la educación permanente será, si es que se da el caso, puramente testimonial. Igual ocurre si repasáis las convocatorias de premios o buenas prácticas, jornadas, ponencias o cursos de formación. El espacio dedicado a la formación de personas adultas es, cuando menos, ridículo. 

Bilingüismo, nuevas metodologías, coeducación o las TIC son temas que en la actualidad copan los principales encuentros educativos celebrados a lo largo y ancho del país. Obviamente, son temas que tienen incidencia en cualquier etapa educativa, también en la educación permanente. Es curioso, por ello, que la presencia, los espacios y los invitados a este tipo de encuentros procedan en tan pocas ocasiones de la formación de personas adultas. Puede que todavía exista mucho camino por recorrer, cierto, pero no lo es menos que en todos estos ámbitos existen también numerosas prácticas y experiencias valiosas desarrolladas por profesores de los centros de adultos que cabe poner en valor.

También se echa de menos una formación inicial específica para el profesorado que accede a la educación permanente. Se trata de programas y, sobre todo, de perfiles que requieren de una atención específica, como en cualquier otra etapa educativa, por supuesto. Es por ello que sería necesario establecer programas de formación dirigidos a una correcta preparación de los profesionales que van a dedicarse a la educación permanente. Preparación, a ser posible, compatible con las jornadas laborables de los centros de adultos, las cuales a menudo se alargan hasta las nueve y las diez de la noche.

En fin, que bien haría la administración en prestigiar la formación de personas adultas. Se trata, en definitiva, de poner en valor el trabajo de muchos profesionales y, sobre todo, de muchísimas personas que dedican horas y horas a formarse en los más diversos ámbitos. Quizá de esta manera, dejemos de ser invisibles y podamos también dejar atrás esta insoportable levedad que arrastramos año tras año.

NOTA: Este artículo lo he escrito esta noche pero se ha ido elaborando a lo largo de muchas conversaciones con el compañero Diego Redondo, un grandísimo profesional del que he tenido la oportunidad de aprender una barbaridad durante este año. 

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jueves, 22 de octubre de 2015

¿Qué saben nuestros alumnos?

Recuerdo con cierto mal cuerpo las críticas vertidas sobre nuestro nivel académico por los profesores de mi facultad. Me vienen a la mente esas primeras sesiones universitarias en las que, con cierto desprecio y desdén, todo hay que decirlo, muchos de ellos se mostraban asombrados con nuestro escaso bagaje cultural y nuestras enormes lagunas de conocimientos. “¿Qué se os enseña en los institutos? o “Nosotros a vuestra edad...” eran mantras habituales que masticaban a menudo nuestros sabios maestros. Había quien nos atizaba con cierta gracia y sentido del humor, todo hay que decirlo, lo cual podía convertirse en estímulo y acicate para apretar los dientes y ponerse manos a la obra. Otros, en cambio, tenían muy poco tacto, menos empatía y la gracia en salva sea la parte.

Pues bien, me temo que muchos de los que hemos acabado ejerciendo la docencia hacemos exactamente lo mismo. Uno escucha (y seguro que pronuncia, ¡ay!) sentencias parecidas sobre nuestro alumnado. Lo poco que saben, trabajan o el escaso interés mostrado por muchos de ellos son temas habituales en los pasillos y en las salas de profesores de cualquier centro educativo. Estas críticas suelen ir acompañadas de exhortaciones a pasados gloriosos donde los estudiantes sabían muchas cosas, mostraban respeto, cuando no admiración por el profesorado, y tenían una capacidad de trabajo y de superación memorable. Efectos de la nostalgia, claro.

Sin pretender justificar determinadas situaciones, los resultados y los datos son los que son, creo que la cosa no es tan sencilla como que cualquier tiempo pasado fue mejor. En mi opinión, de hecho, no acostumbra a ser así, tampoco en el terreno de la educación. Y es que tengo la sensación que la relación de las personas con el conocimiento cambia de generación en generación, independientemente de estructuras curriculares más o menos estables. Es decir, no saben lo mismo mis alumnos que lo que sabíamos nosotros a su edad. Primero, porque habitamos aulas y sistemas educativos distintos en muchos aspectos, aunque me temo que muy parecidos en otros. Pero, sobre todo, porque crecimos en mundos y sociedades totalmente diferentes, que nos ofrecían y nos pedían habilidades y esfuerzos distintos, quizá en muchas ocasiones contrapuestos. Eso por no hablar de las diferencias individuales, por supuesto.

Parece lógico, pues, que nos sorprendamos de lo distintos que somos a ellos, especialmente cuando la brecha generacional se abre y el salto de edad se amplía. No nos engañemos, nuestros alumnos saben muchas cosas y, en mi opinión, haremos bien en darle la importancia que merece a todo ese conocimiento y a toda esa experiencia. Y es que me parece que, por muy distinta que sea de la nuestra, también tiene un inmenso valor.

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lunes, 19 de octubre de 2015

¿Qué hace un alumno como tú en una clase como ésta?

Ya lo hemos dicho por aquí en innumerables ocasiones: la formación en los centros de adultos está cambiando. Me atrevo a decir que vertiginosamente, aunque supongo que el ritmo y la intensidad de esta mutación dependerá de la realidad socioeconómica del centro de turno. Leo a compañeros que trabajan en espacios rurales y veo enormes diferencias con nuestro entorno, más urbano y con características totalmente distintas en volumen de alumnado pero también en los perfiles personales y familiares.

No obstante, me parece que en líneas generales hay un hecho común presente en la mayoría de centros de formación de personas adultas: el desembarco de toda una generación de jóvenes expulsados del sistema educativo, sin posibilidades de acceso al mercado laboral y que ven en los centros de adultos una nueva oportunidad para adquirir una titulación elemental que les permita desarrollarse profesionalmente en un panorama laboral tan competitivo y complejo como el actual. Se trata de un perfil muy específico que condiciona (en lo bueno y en lo malo, claro) las dinámicas de trabajo en el aula. De hecho, en muchas ocasiones, son alumnos a los que vienen a matricular sus padres, hecho indicativo del cambio de paradigma en los centros de adultos apuntado más arriba.

La tendencia mayoritaria en este tipo de perfiles es, como uno puede imaginar, complicada. Hablamos, en muchas ocasiones, de alumnado con necesidades educativas especiales, problemas de aprendizaje o de conducta, cuando no ambos, y normalmente con contextos sociales y familiares complejos. Cómo y con qué medios hacemos frente desde los centros de adultos a estas situaciones es un tema para desarrollarlo largo y tendido en futuras ocasiones, aunque el lector se puede imaginar que no partimos precisamente de una posición idílica ni demasiado cómoda.

Por otro lado, llegan otros alumnos sorprendentes por motivos totalmente distintos. Chicos y chicas recién salidos del instituto o hace relativamente poco con expedientes desastrosos bajo el brazo que ofrecen un rendimiento espectacular desde un principio. Este año hemos iniciado una ronda de encuentros con institutos de la zona para hacer traspaso de información sobre alumnos que han hecho la transición entre la secundaria y nuestro centro de adultos. Resulta sorprendente la evolución y maduración de muchos de ellos en cuestión de pocos meses.

Así pues, jóvenes con serios problemas conductuales y con escaso o nulo interés por la escuela muestran su mejor cara con el cambio y presentan resultados realmente buenos. Jóvenes que seguramente arrastraban etiquetas y (auto)prejuicios varios a los que el cambio de centro y de dinámica les permite airearse e iniciar con brío una nueva etapa formativa. Y es que los tiempos y ritmos de cada uno son distintos. Quizá meses atrás no estaban preparados, o su contexto personal no les permitía centrarse o vaya usted a saber. Muchos profesores de secundaria alucinarían con los resultados, el comportamiento y la actitud ofrecidos por algunos de estos alumnos díscolos en los centros de adultos. Muchas veces, cuando estamos trabajando en el aula me viene a la cabeza la siguiente pregunta: ¿qué hace un chico como tú en una clase como ésta? “Pues empezar de nuevo, profe” podrían responder muchos de ellos. Empezar algo que, estoy seguro, acabará muy, muy bien.

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lunes, 12 de octubre de 2015

Spritzler, un nombre para recordar

Hace unos días descubrí la historia de David Spritzler, un estudiante de doce años de la Escuela Latina de Boston a quien se abrió un expediente disciplinario por negarse a pronunciar el Juramento de Fidelidad a los Estados Unidos. Esta ceremonia es un acto habitual en las escuelas estadounidenses. Los estudiantes, erguidos ante la bandera, deben proclamar fidelidad a su país recitando más o menos, las siguientes palabras: "Juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la República a la que representa, una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos".

Resulta que el chiquillo opinaba que el juramento de marras se trataba de "una exhortación hipócrita al patriotismo", puesto que en el país de las oportunidades, según él, "no existe libertad y justicia para todos". Además, según Spritzler, el Juramento "pretende unir a los oprimidos y a los opresores. Hay gente que lleva coches impresionantes, vive en casas impresionantes y no tienen que preocuparse por el dinero. Y luego está la gente pobre, que viven en barrios malos y van a escuelas malas. Es como si el Juramento hiciera parecer que todo el mundo es igual, aunque no es cierto. No hay justicia para todos" (ver NOTA). ¡12 añitos!

A Spritzler le montaron un buen pollo, claro. Finalmente no se le puso ninguna sanción, pero le fue de bien poco. La Unión Americana en pro de las Libertades Civiles tuvo que escribir una carta a su favor y hubieron de revisarse antecedentes hasta encontrar un precedente de un caso judicial en el Estado de Virginia a partir del cual la Corte Suprema avalaba el derecho de un estudiante a no pronunciar el Juramento de Fifelidad y permanecer sentado. Un trabajo de auténtica arquelogía jurídica que salvó la carrera educativa del chico.

En cualquier caso, parece sorprendente que un chiquillo de doce años ofreciera una respuesta tan madura y crítica de la cuestión mientras todo un sistema educativo plagado de profesionales adultos y supuestamente bien preparados contribuían a la reproducción de las verdades oficiales de turno. ¿Cómo un chaval puede tener una visión tan potentemente crítica mientras todo un colectivo mantiene erre que erre una actitud funcionarial totalmente alejada de la crítica y de la reflexión profunda? 

Alguien puede pensar que esto es cosa de los yanquis, que aquí en Europa las cosas son distintas. ¿Estamos seguros? Me temo que no descubro nada al afirmar que los Departamentos estatales de Educación  ejercen un control institucional cada vez más férreo sobre el currículum escolar. La proliferación de pruebas estandarizadas es un claro síntoma de ello. ¿Qué papel debemos jugar los docentes en este partido?, ¿Nos comprometemos fielmente con el modelo de sociedad dominante o buscamos espacios para trabajar en el respeto a modelos alternativos, a ritmos distintos, a realidades diversas y cambiantes? 

En fin, grandes debates que se escapan a la realidad inmediata del aula pero que, paradójicamente, están estrechamente relacionados con ella. Lo que parece evidente es que el mundo, en general, y el educativo, en particular, necesita de muchos Spritzlers. En adelante recordemos su nombre, pues.

Consulta más edulecturas aquí.

1. Chomsky, La (des)educación, Crítica, 2001. 


domingo, 4 de octubre de 2015

"¿Qué has aprendido hoy en la escuela?"

Descubro en La (des)educación de Chomsky la estupenda y pegadiza canción de Tom Paxton "What did you learn in school today?". En ella, un chaval enumera a su padre el listado de aprendizajes realizados a lo largo del día en su escuela. Un claro ejemplo de educación domesticadora para reflexionar sobre hasta qué punto los docentes contribuimos a la interiorización y reproducción de la versión oficial sin mayor análisis crítico por parte de nuestro alumnado. La cuestión es si debemos tratar a nuestros estudiantes como si fueran un simple auditorio o si, por el contrario, podemos intentar construir entre todos conocimiento desde el espíritu crítico. Ya, lo sé, se dice pronto...

En fin, que no me la puedo quitar de la cabeza. Os dejo con la canción y adjunto traducción (a mi aire). Ya diréis qué os parece.

Para más edulecturas puedes hacer clic aquí.



¿Y qué has aprendido hoy en la escuela, hijo mío?
¿Qué aprendiste en la escuela hoy, hijo mío?
Aprendí que Washington nunca dijo una mentira
Me enteré de que los soldados rara vez mueren
He aprendido que todo el mundo es libre
Eso es lo que dijo el maestro hoy
Eso es lo que aprendí en la escuela hoy
Eso es lo que aprendí en la escuela

¿Y qué has aprendido hoy en la escuela, hijo mío?
¿Qué aprendiste en la escuela hoy, hijo mío?
Me enteré de que los policías son mis amigas
Me enteré de que la justicia nunca termina
Me enteré de que asesinos mueren por sus crímenes
Incluso aunque a veces cometamos errores
Eso es lo que aprendí en la escuela hoy
Eso es lo que aprendí en la escuela

¿Y qué has aprendido hoy en la escuela, hijo mío?
¿Qué aprendiste en la escuela hoy, hijo mío?
Me enteré de que la guerra no es tan mala
Aprendí acerca de lo grandes que hemos sido
Luchamos en Alemania y en Francia
Y algún día yo podría tener mi oportunidad
Eso es lo que aprendí en la escuela hoy
Eso es lo que aprendí en la escuela

¿Y qué has aprendido hoy en la escuela, hijo mío?
¿Qué aprendiste en la escuela hoy, hijo mío?
Aprendí que nuestro gobierno debe ser fuerte
que siempre es correcto y nunca se equivoca
que nuestros líderes son los mejores hombres
Y los elegimos una y otra vez
Eso es lo que aprendí en la escuela hoy
Eso es lo que aprendí en la escuela