Desde hace unos días los docentes volvemos a estar en el punto de mira mediático, y no precisamente por motivos agradables. La publicación del nuevo calendario escolar en Cataluña, el cual avanza varios días el inicio de las clases, y la consecuente reacción de los sindicatos amenazando con varios días de huelga ha activado un debate educativo, a mi modo de ver, totalmente superficial y alejadísimo de las verdaderas urgencias de un sistema en evidente crisis.
El nuevo calendario, con inicio del curso el 5 de septiembre para primaria y el 7 en la educación secundaria y postobligatoria, ha sido presentado por parte del Departament como una medida dirigida a favorecer la conciliación, la igualdad y a corregir los déficits pedagógicos y/o de aprendizaje que se derivan de unas vacaciones de verano excesivamente prolongadas, todo ello bajo una perspectiva "feminista" (signifique eso lo que signifique).
La medida ha causado estupor e indignación a partes iguales entre la comunidad educativa, especialmente entre los profesionales del sector. Una semana después del anuncio de un cambio curricular significativo (recibido a mitad de curso para ser aplicado ya a inicios del próximo septiembre), direcciones y cuerpo docente nos desayunábamos hace unos días con la noticia de marras. No se trata de un cambio baladí. Cualquiera que haya pisado un centro en septiembre es consciente de la importancia de esos días previos al inicio de curso en los cuales se recibe al profesorado nuevo y se activa la maquinaria para coordinar los múltiples programas que implica el funcionamiento de un centro educativo. Es por ello que la medida ha generado muchísimas dudas e indignación entre el profesorado. Dudas que se derivan de las necesidades organizativas de cualquier centro escolar e indignación por lo unilateral de la decisión y lo inoportuno del momento. Todo ello, además, ha ido acompañado de un eco mediático sorprendentemente afín a los panteamientos del Departament d'Educació.
Así pues, la propuesta ha tenido un claro efecto: poner en el foco mediático la cuestión del calendario escolar y, de rebote, las condiciones laborales de los profesionales de la educación. Que si las vacaciones son excesivamente largas, que si los docentes se quejan por iniciar el curso antes, que si deberían trabajar el mes de julio... Sin duda, el debate del calendario escolar es un melón por abrir. Y tocará hacerlo en un momento o otro. Pero debería hacerse con rigor y con la voluntad de buscar soluciones para beneficiar a la comunidad educativa en su conjunto, especialmente, por supuesto, al alumnado. Ahora bien, pretender que adelantar el curso cinco días soluciona los problemas pedagógicos del actual calendario escolar o la espinosa cuestión de la conciliación familiar solo puede tener sentido en la mente de alguien que desconoce por completo el funcionamiento de un centro educativo.
Y mientras el debate se centra en si empezamos el curso cinco días antes o después no hablamos de las verdaderas lacras del sistema: subinversión crónica, ratios elevadísimas, infraestructures insuficientes, discutibles políticas de contratación, inexistencia de una planificación estratégica coherente... Dicho esto, la actuación errática de los sindicatos, no ya en estos días, sino a lo largo de los últimos años, y la ancestral división e individualismo del cuerpo docente, tampoco han contribuido demasiado a trasladar el debate en torno hacia las auténticas urgencias del modelo educativo.
Y es que urge recuperar el control del debate educativo. Mientras sea el Departament, y sus voceros mediáticos, quines lo tengan solo vamos a conseguir una mayor rechazo social a una profesión ya de por sí denigrada en los últimos años. Urge poner sobre la mesa que trabajamos en precario, que no existe una planificación coherente; que la mayoría de centros están masificados; que muchos han perdido laboratorios, bibliotecas y aulas específicas para ceder espacio a aulas ordinarias; que faltan profesores en muchas especialidades; que hay alumnos que estudian toda la primaria y la secundaria en barracones; que hay centros con goteras y en estados lamentables; que no hay diálogo con la comunidad educativa, que se imponen los cambios de un día para otro. Todo esto es de lo que deberíamos hablar con las familias, no de si empezamos cinco días antes o después. Porque mientras no tengamos el control del debate el relato es suyo. Y mientras controlen el relato no hay nada, pero nada que hacer.