Los acontecimientos de
las últimas semanas me llevan a reflexionar sobre las cualidades
personales que pueden resultar útiles para cualquier profesión
relacionada con la atención a las personas y, en especial (por
cuestiones obvias) para la profesión docente. Me salen las
siguientes. Pido perdón por adelantado por las obviedades.
En primer lugar, interés
por el otro, ya sean alumnos, compañeros de centro, otros docentes o
cualquier otro agente de la comunidad educativa. Claro que podemos ejercer como profesores sin preocuparnos por nada ni por nadie. Pero no solo vamos a
desarrollar un mejor trabajo si conocemos los intereses y
condicionantes de nuestro entorno, sino que se trata de una habilidad
que nos humaniza y contribuye a forjar relaciones sociales que
contribuyen a crear ambientes de trabajo más agradables y, por
tanto, eficaces. Para ello hay que hablar, claro. Preguntar,
escuchar, dialogar, compartir... En definitiva, mostrarse dispuesto
al intercambio y al diálogo con el resto del mundo. Y es que hay gente que se encierra en su mundo y, chico, no hay manera...
En segundo lugar,
mostrarnos cercanos y accesibles contribuye también a ofrecer una
cara más amable a los miembros de nuestro entorno y, por tanto,
puede favorecer una mayor interacción y, sobre todo, cuando esta se
produce, intercambios de mayor calidad. No me refiero con esto al
“colegueo” entre docentes o con el alumnado en el que pueden
estar pensando algunos, sino simplemente a mostrarnos abiertos a
aquellas personas con las que, nos guste o no, tenemos que
desarrollar nuestro trabajo.
Otro aspecto importante
para favorecer relaciones eficaces de trabajo reside en establecer
una comunicación abierta y eficaz con nuestro entorno, ya sea
alumnado, compañeros, familias, etc. Se trata, en mi opinión, de no
dar por supuesto nada y de tratar de emplear todos el mismo lenguaje
para saber en cada momento de qué estamos hablando y en qué fase
estamos durante el desempeño de nuestro trabajo. Para ello, por
supuesto, cabe favorecer el diálogo (al menos profesional) con el
resto de miembros de la comunidad educativa.
Un cuarto punto elemental
reside en mostrarnos flexibles y abiertos a nuevas posibilidades y
enfoques. La nuestra, la docente, es una profesión que precisa de
una planificación más o menos rigurosa, pero no siempre todo puede
estar “atado y bien atado”, no podemos convertirnos en esclavos
de nuestra programación de turno. Trabajamos con personas y las
personas tienen problemas, aciertos y errores, malas y buenas
temporadas... En definitiva, se trata de mostrar cintura y
flexibilidad para adaptarnos a situaciones cambiantes y, por tanto,
ser más eficaces, eficientes y justos.
En quinto lugar, pienso
también en compartir como otra buena estrategia, seguramente
relacionada con la comunicación y el diálogo, para establecer un
sistema de relaciones sano y equilibrado. Compartir dudas, también
certezas, informaciones, retos o situaciones problemáticas permite
fortalecer los equipos de trabajo y crearnos una red de seguridad que
tarde o temprano vamos a necesitar. Porque en educación me parece
que no sale a cuenta ir de llanero solitario.
Y, por último, me parece
que el sentido del humor puede resultar una pieza clave en el
desarrollo de la profesión docente. Y el sentido del humor empieza
por aplicárselo a uno mismo, quitarse importancia y saber reírse de
los defectos y errores propios. Además, también permite quitar
hierro a determinadas cuestiones, relativizar y oxigenar algunas
situaciones que de lo contrario pueden enquistarse y dar lugar a
situaciones ciertamente desagradables.
En fin, algunas
obviedades que me parece que a menudo quedan olvidadas y sepultadas
bajo un sinfín de instrumentos de evaluación, grandilocuentes
objetivos didácticos, novedosas metodologías didácticas y demás
requerimientos administrativo-burocráticos. Pues, eso, que lo mismo
tendríamos que dedicarnos un pelín más a la cuestión humana. O
no. (?)
Y el amor?
ResponderEliminarAmor y pasión, siempre. Ya tu sabes... ;)
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